martes, 5 de junio de 2012

Correr Limpiar Barrer



El 3 de marzo de 1994 yo estaba por cumplir 13 años y en todos los medios se replicaba la noticia de la desaparición de un colimba en un regimiento de Neuquén. La historia oficial decía que había desertado. Eso le dijeron a sus padres cuando lo fueron a visitar en su primer franco interno. Pero a ellos no les cerró esa explicación y lo empezaron a buscar intensamente. El caso llegó a los medios y la presión sobre el ejército se hizo insostenible. Un mes después apareció el cuerpo del soldado Omar Carrasco en el fondo del cuartel...

Para mí, las palabras Omar Carrasco, Zapala, Subteniente Canevaro tuvieron otro significado. Un significado absolutamente contradictorio, de alivio y de culpa. El alivio por liberar uno de mis mayores miedos de la infancia. El miedo a la colimba. La muerte de ese soldado en aquel cuartel del sur del país significó el final del servicio militar obligatorio en Argentina. Fue el 31 de agosto de 1994, mediante un decreto firmado por el entonces presidente, Menem. La culpa por sacar algo positivo de una situación de mierda.

Fueron años y años de sufrimiento por adelantado. De domingos de angustia y llanto por lo que me tocaría muchos años después. Padecer la humillación, aguantar los gritos y las órdenes de mis superiores desde varios años antes. Miles de historias escuchadas alimentaban mi miedo, las de los que le tocó hacerla y la de los que hicieron hasta lo imposible por evitarla. Y se volvía a alimentar con la foto de un ex novio de mi hermana que salió en Clarín sentado en el cordón de la vereda, agarrándose la cabeza con las dos manos porque no pudo zafar. Fueron años de revisar el diario los días después del sorteo de la colimba para revisar si mi número había sido sorteado. Si seguía la agonía o se terminaba todo. Y la agonía siempre se extendía un poco más.
No alcanzaban las palabras de mi viejo, que siempre me decía que cuando yo tuviera 18 años ya no iba a existir la colimba. Nada alcanzaba.

Y como muchas otras veces en la historia de este país, los cambios no fueron por acción. Fueron reacción. Reacción ante la muerte de un colimba en un cuartel del Grupo de Artillería 161 del ejército argentino. Y yo me encontré con una sensación rara. No podía evitar estar contento por la consecuencia, pero triste por la causa. Culpa.

viernes, 16 de marzo de 2012

OFICIOS TERRESTRES




En la infancia las planificaciones suelen ser a corto plazo. Lo importante es lo inmediato. Estoy aburrido ¿Qué puedo hacer? ¿El sábado vamos a la plaza? ¿Hoy puede venir fulanito a dormir? La elección de la vocación recorre en esos años un camino sinuoso y cambiante. Muy cambiante...


Cuando era chico y me preguntaban qué iba a hacer cuando sea grande, mi respuesta era siempre la misma: ambulantiero. Siempre que escuchaba una sirena intentaba adivinar si era de una ambulancia, un patrullero o un camión de bomberos y me apuraba para asomarme a la ventana de mi casa de Chacarita. Si adivinaba, festejaba internamente. Si, además, era una ambulancia, el festejo tenía un plus. Aún no sé qué era lo que tanto me apasionaba. Ayudar. Supongo.

A los ocho años quería ser colectivero. Tenía fascinación por las guías de calles. Las estudiaba metódicamente. Aprendía los recorridos de los colectivos. Dejar a la gente en las paradas y subir nuevos pasajeros. Siempre me gustó tener micros o colectivos de juguete y jugaba organizadamente. Armaba una historia concreta, sujeta a la realidad. Elegía qué línea de colectivos representaba mi vehículo de juguete, escribía en papelitos nombres de calles y los apoyaba sobre las baldosas, respetando los sentidos de circulación reales. Si era un micro de larga distancia el juego requería las baldosas de más ambientes de la casa para simular el viaje en ruta y terminaba en el patio, a orillas de una palangana con agua que simulaba el mar.

Pese a que mis primeros deseos laborales se relacionaron con la conducción, recién saqué el registro hace tres meses, a los 30 años. Nunca antes había tenido la más mínima intención de hacerlo. Ni siquiera me motivaba el Gacel azul de mi vieja que todos los fines de semana quedaba estacionado en la puerta de casa.

No recuerdo bien cómo fue la transición entre uno y otro. Quizás hayan convivido un tiempo en mi cabeza ambos oficios, pero en algún momento hubo un cambio de rumbo. Habrá sido a los nueve o diez. Ahora, me tocaba poner el disfraz de héroe. Bañero (es que yo quería ser bañero, ni sabía que se decía “guardavida”). Siempre amé el agua: pileta, mar, río... La idea de estar en una playa todo el verano y que te paguen era inmejorable. Salvar gente. Salir de un salvataje y que te aplaudan. El ego pum para arriba. Y con la ayuda de las películas de cine catástrofe, que siempre me gustaron, empezó a picarme el bichito de ser bombero. Todavía héroe, pero en otro rubro. Y peligro. Agua y fuego. El agua para apagar el fuego. Mares e incendios. Adrenalina.

O quizás los tiempos fueron más difusos y esos oficios estuvieron superpuestos en mi cabeza. Los pensamientos y deseos infantiles suelen ser más volátiles y menos definitivos. Aunque debo decir que siempre tuve una personalidad bastante definitiva. Definitivamente...

viernes, 20 de enero de 2012

A don Alfredo, salú, salú...

  Pequeño homenaje a Alfredo Zitarrosa a 23 años y 2 días de su muerte. La letra es de La Vela Puerca.

  




Se crió pensando que la vida se inventó para la gente
siempre tuvo un sueño y decidió que debería ser realidad
se puso las botas, la guitarra un cacho de pan y un grito fuerte
soy de Villa Trapo y cantador y es lo que te voy a ladrar
se fue de su pueblo derechito a la ciudad
iba como un rayo y no paró ni pa mear
llegando a destino sonrió por la emoción
"ya nadie me para en esta vida mi futuro lo hago yo"
que soy un cantador
se encontró a la gente que pensó que su locura era perfecta
ya no le cabía la verdad de lo que nunca se probó
hicieron la banda que intentó ponerle fin a lo de siempre
hablaba de todo lo que pasa, que vendrá y lo que pasó
primero fue un palo contra toda explotación
luego dieron otro contra toda humillación
ya no le importaba lo que piensen los demás
ni las consecuencias de la vida que eligió para pelear
y algo para molestar
se empezó a ver que ahora eran más
nadie del barco quiso bajar
y se sintió que iba a estallar algo en el centro de la ciudad está de más
y algo para molestar
solo pretendía compartir lo que tenía en la cabeza
era una maldita conveniencia que de arriba se asomó
le calló la boca como a todos los que quieren gritar fuerte
pero no pudieron porque el pueblo con su eco se quedo
el país cantaba lo que el tipo les dejó
todas sus canciones y ninguna se olvidó
los que lo callaron se empezaron a asustar
más vale estar poco en esta vida que durar sin protestar
y algo para empezar...







sábado, 31 de diciembre de 2011

Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio...


Uy, aquel está solo. Ahora lo dejo mano a mano. La puta madre, no puedo errar todos los pases...

No recuerdo exactamente cuando surgió el amor por la pelota. Sé que desde muy chiquito. Y ese amor se fue afianzando cuando empecé a jugar en la escuelita de fútbol "Centauros", con algunos compañeritos que luego se transformarían en mejores amigos. Y luego, en extensas jornadas de metegoles y picados en la calle, con las rodillas negras, hasta las once o doce de la noche con mi hermano y los amigos de la cuadra de Santos Dumont. Si le habremos manchado el portón blanco del taller a Massarelli. Los memorables goles convertidos quedaban inmortalizados en ese enorme lienzo blanco hasta que Massa le daba una lavada de cara al frente de su taller con una mano de pintura. En los torneos de la primaria Dr. Luis Agote se fue forjando el lugar de la cancha desde el que, luego, empezaría a observar y entender el fútbol.
¿Vos a dónde querés jugar? Abajo. De 2. El último escollo para el rival antes de enfrentarse a nuestro arquero. Siempre me gustó defender. No fue por patadura. Fue por convicción. Por elección.
A esa convicción la abandoné durante un año de mi vida. En quinto año del secundario en el Nicolás Avellaneda a alguien se le ocurrió ponerme de delantero en los torneos de fútbol 5 y no me fue nada mal. Hice muchos goles. Pero tenía 17 años y una agilidad que no volví a tener nunca más. Tampoco la fantasía del goleador. Apenas fue un romance pasajero.
Nunca fui ni un picapiedra ni un carnicero. Defender para mi no significaba recuperar la pelota a cualquier precio y cuando la tenía en los pies revolearla o tirarla afuera. Mi idea era defender para después atacar. Recuperar la pelota y salir jugando.


La tiro larga y cuando llego al fondo, se la paso al que está de frente al arco. Que lo parió, no le puedo ganar en velocidad...

Siempre tuve buen manejo de la pelota y facilidad para dar buenos pases. Un defensor tiempista, de mucho anticipo y muy buen juego aéreo. Muy competitivo, mal perdedor y bastante insoportable a la hora de dar indicaciones. Esa competitividad me llevó a mis 24 años a rearmar a Centauros y anotarnos en un torneo de fútbol 7. Los torneos de fútbol sacaron lo peor de mi y de mi juego. La competencia de un torneo de fútbol recude al placer por jugar a la pelota a la mínima expresión. Fouls tácticos, histeria, revoleo de pelotas, mañas para desestabilizar al rival cuando salta a cabecear. Todos condimentos que estaban ausentes cuando jugaba a la pelota.
Ese fue el principio del fin...


Este está regalado, ahora lo anticipo y salgo jugando... Ufff, que lento que estoy, por favor...


Ahora tengo 30 años y en los últimos tres jugué muy poco al fútbol. Algunas lesiones y la dificultad para institucionalizar un fulbito semanal con los amigos me distanciaron de la pelota. Y yo lo siento. Cada vez que quiero volver a empezar a jugar y agarrar ritmo, lo siento. En la lentitud con la que me muevo, en la falta de destreza, en la falta de capacidad de reacción para el anticipo, en la falta de cálculo de tiempo y distancia cuando salto a cabecear una pelota, en errar pases de cinco metros. Lo siento.
La orden que da la cabeza, no tiene eco en las piernas.
Había jugado seis partidos seguidos y estaba notando algunas mejorías. Esperanzadoras mejorías.
Un giro en falso en una cancha de cemento. Esguince de rodilla derecha. Diez sesiones de kinesiología.
De vuelta a empezar.
Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.







domingo, 18 de diciembre de 2011

Respira...

Lo tuyo debe valer, más de lo que vos pensás...

Yo lo sé. Vos lo estás descubriendo.


Un año para recordar.

Salú.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Credo

Creo en las tardes enteras jugando a los playmobil con mis hermanos. En los veranos de tres meses en la casa con jardín de mis abuelos y en los asados en el quincho de esa casa. En los kartings de plaza Almagro con mi viejo y mi hermano. En volver a sentirme un chico mientras juego con mis hermanitas de seis y diez años. En los días a pura pileta en el club. En los atardeceres con Luz en la playita de Aguas Dulces, Uruguay. En el mar y sus olas. En las noches de verano. En viajar. En la murga uruguaya y en Alfredo Zitarrosa. En el fútbol como juego, no como negocio. En una peli pochoclera cada tanto. En hacer una lista antes de ir al supermercado. En la siesta, pero sin ejercer. En volver a sentirme útil. En el humor. En tus ojos que no mienten. En ser ordenado con la plata. En el periodismo, todavía.
En el miedo a envejecer.  En el miedo a la muerte. En no tener religión, ni dios. En ser padre.
Y creo en mí, pero sólo a veces...

jueves, 8 de diciembre de 2011

A fuego lento...

7 horas. 7 putas horas. Espere su turno. No golpee, espere a ser llamado. Forme una fila. Malos humores. Malos olores, también. Abone por ventanilla.
El vendedor de lapiceras tiene un discurso bien aceitado, sabe por donde apretar. Primero te orienta, te guía y acomoda a la gente en las filas correspondientes según los horarios de los turnos. Por acá los de las 11, acá los de 11:30 y allá los de las 12. En voz alta y clara repasa la documentación necesaria para hacer el trámite. Y cuando bajás la guardia, hace su movida: no pierda tiempo, compre su lapicera, luego no va a poder hacerlo y va a perder su turno. A 8 pesos vende sus milagrosas biromes. ¿Qué son 8 mangos a cambio de ahorrarse valioso tiempo en un trámite engorroso? Algunos caen, la compran y al finalizar su trámite, mientras van camino a sus casas, se preguntan si en algún momento la usaron.
Paciencia. Hay que tener paciencia. Es un trámite de 7 pasos, pero nunca se sabe cuánto va a demorar cada uno. Depende de la voluntad y las ganas del empleado que te atiende. Miro el número y el tablero electrónico: 80 numeritos adelante. Calculo un tiempo estimado. Fallo. Recalculo. Vuelvo a fallar.
El mal humor provoca roces y la gente discute. Por un asiento, por una mala contestación o por aburrimiento. Da igual. A un costado, dos perros callejeros se desperezan debajo del busto de Evita.
Pasa el tiempo y llega la primera instancia. Tus datos, una foto y la firma. Después llegan los exámenes visuales y auditivos. En el gabinete 4, sigue el test psicológico. Adelante de la psicóloga a cargo, dos hombres se insultan y se desafían a pelear porque uno se apuró a sentarse en el asiento que le correspondía al otro. La profesional, inmutable, espera a que terminen de pelearse para explicar la forma correcta de hacer los dibujos que había en las tarjetas que tenía en su mano.
El exámen físico consiste en cuatro o cinco preguntas que realiza un médico desganado, cuyas respuestas quedan a criterio de cada uno. Digas lo que digas, te creen. El teórico es rápido, si leíste las preguntas que figuran en diferentes páginas webs, no hay mayores problemas. De ahí, derechito al práctico. Si no te traicionan los nervios y sale todo bien, te entregan la P. Principiante.
Y de nuevo a esperar. Una larga fila, empleados desbordados y desganados. Al final del recorrido, una ventana cerrada y un grupo de gente expectante. Una señora rubia abre dos puertitas de madera hacia afuera con unos papeles y recita en tono monocorde una serie de nombres y apellidos. Luego, cierra la ventana y desaparece. Este ritual se repite en lapsos de tiempo aleatorios. Siempre de la misma manera. Hasta que dicen mi nombre.
Veo mi documento y mi licencia de conducir fresquita. Recién cocinada a fuego lento, muy lento. 7 horitas.